NAVIDAD EN CASA DE PAPÁ

 Por Alejandro Ruiz

    Papá siempre amó la Navidad. El recuerdo más antiguo que conservo de él se remonta a una fría mañana de Nochebuena cuando yo tenía cuatro años. El olor a musgo y corcho, las velas consumiendo los días hasta la gran fiesta, la estufa apurando el carbón de la semana, papá encorvado sobre la mesa del salón montando un belén enorme en un ritual casi sagrado. Todo era poco para él. Las dos semanas previas las pasaba instalando un inmenso árbol, colgándole todo tipo de adornos que o bien compraba o bien hacía él mismo cuando yo y mis hermanas nos habíamos acostado. El cálido ambiente navideño lo invadía todo conforme se acercaba la fecha anhelada. Mamá miraba para otro lado pero el abuelo, el suegro de papá, siempre lo llevó fatal. 

    A nosotras, en cambio, nos encantaban aquellas fechas. Nuestras amigas no solían tener árboles de Navidad por lo que hacían lo posible para venir a jugar o estudiar a casa en aquellos días. Conforme me hacía mayor fui entendiendo a papá y con el tiempo, cuando formé mi propia familia, dejé bien claro que continuaría con aquella bella costumbre en mi nuevo hogar. Mi marido no se opuso aunque, cómo no, nunca ha llegado a entendernos. Y es que papá siempre ha sido muy religioso. Fue él quien me enseñó a rezar; fue él el primero en acercarme a la espiritualidad; fue él quien, al cabo, conformó mi manera de ver el mundo a través de la belleza, a través de los ojos de una niña que siempre se negó a crecer.  

    Papá, a su edad, sigue con esta tradición. Mis hijos adoran ir a su casa en Navidad y la comparan con la nuestra. Nunca ha faltado a su cita con el árbol y el nacimiento, cada año más grande; nunca ha entrado en el nuevo año sin un salón abarrotado de adornos y luces; nunca ha dejado que la ilusión se pierda tras el peso de los años. Eso sí (y esto es lo que nunca comprendió el abuelo), todas las noches de diciembre, desde siempre, papá se arrodilla sobre la alfombra de lana de Santa Claus, orientada estratégicamente hacia la estufa, para rezar la Isha, la última plegaria del día, como todo buen musulmán.




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