AROMA DE SILENCIO

Por Alejandro Ruiz 

 

Un día serás tú, hijo mío, quien se asome a esta ventana como el nuevo rey. Dieciocho dinastías han presidido la fértil tierra de Kemet y estás llamado a continuar gobernando a su pueblo desde la ciudad de Akhetatón, en la que nos encontramos. Sus quince estelas delimitan una nueva capital consagrada a Atón, el creador supremo. Los reyes estamos llamados a mediar entre él y los hombres. Asirios, hititas y mitanni se disputan el control de los territorios cercanos en este momento pero Akhetatón será la más grande lejos de la adoración a los viejos dioses a los que he prohibido rendir culto. Aquí hemos sido bendecidos con la felicidad. Cubierto con la corona doble, un día atravesarás la vía real de norte a sur, entre los vítores y las plegarias de tus súbditos, portando el Heka y el Nejej; olerás las aguas del Nilo que fluye eterno por occidente rociado de perfumes y te sentarás en un trono hecho con papiros y lotos. Te adorarán. Te pondrán una barba postiza, unas sandalias, collares, cinturones, pendientes y cubrirán tu cuerpo con un sinfín de joyas. Y serás el nuevo rey de Kemet.

 

Atrás quedarán los templos en los que el clero de Amón controlaba las ofrendas del pueblo. Lejos quedarán ese control y ese poder que concentraron desde los tiempos de los ancestros. Serás el sumo sacerdote de Ra-harajti, como yo lo soy. Estos patios, estas hileras de altares cargados de ofrendas a Atón invocarán al Dios, presente y visible, bondad infinita, justicia, Maat. Y alzarás la voz repitiendo estas palabras:

 

«...Apareces henchido de belleza en el horizonte del cielo.

Disco viviente, que das comienzo a la vida,

al alzarte sobre el horizonte de Levante

llenas los países con tu perfección...»

 

Pero a pesar de todo lo logrado, pese al triunfo sobre toda oposición, es para mí muy difícil reír y gozar de las bondades con las que Atón nos ha bendecido. No queda tierra en el desierto que arrojarme a la cara para mitigar el dolor que la muerte de tu madre ha traído a mi existencia. Me siento incapaz (sí, hijo mío, yo, el rey Amenofis IV, Akhenatón, incapaz) de llevar el peso de los siglos de este pueblo. Es por eso que he ordenado a Ahmes que mañana mismo se instaure la corregencia de la Gran Esposa Real a la espera del día en que tú puedas continuar esta dinastía que corre por tu sangre de reyes. Pero ten cuidado. Mahu ha descubierto que una amenaza planea sobre nuestra estirpe. El sumo sacerdote y el clero de Amón, que tras el traslado a Akhetatón de la capital han perdido todo el poder que ostentaban, planean recuperarlo a cualquier precio. No han sido pocos los avisos de varios Rej-ijet. Pero ya no puedo confiar en ninguno de esos adivinos; sus consejos pueden venir de parte de los mismos sacerdotes. Sólo confío en Maat: verdad, justicia y armonía cósmica.

 

Pequeño Tutankhatón, sólo tienes once años. Muchos años aguardan antes de que me den sepultura, antes de que tengas que luchar contra tantas dificultades, antes de que te presentes ante esta ventana como el único rey de Kemet. Atón nos guarde y nos provea. Larga vida a esta dinastía. Larga vida a Akhenatón.

 

Pero volvamos. Siento frío. El Nilo trae hoy un aroma de silencio.


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